Por IRENE SOMOZA ÁLVAREZ
Periodista en Madrid y analista política
El próximo 1 de marzo, los vascos elegirán la composición del Parlamento autonómico y al futuro Lehendakari, pero sus votos influirán también en las expectativas de los principales partidos del Estado, PP y PSOE. Resulta paradójico que este “derecho a decidir” de Euskadi marque el futuro de populares y socialistas, cuando tanto lo niegan en otros terrenos de mayor calado.
Los sufragios del País Vasco se ven, pues, desde Madrid como un examen para ambos bloques estatales; una prueba que determine a los dos grandes partidos si las últimas incidencias en el seno o contexto de sus organizaciones han tenido verdaderas consecuencias sobre la actitud de los electores. El principal opositor al Gobierno de España ha empañado su imagen por una historia de espías aún sin dilucidar y una trama de corrupción que le ha salpicado; por su parte, el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero pasa por un mal momento debido a la crisis económica y al cada día mayor número de parados.
Los sufragios del País Vasco se ven, pues, desde Madrid como un examen para ambos bloques estatales; una prueba que determine a los dos grandes partidos si las últimas incidencias en el seno o contexto de sus organizaciones han tenido verdaderas consecuencias sobre la actitud de los electores. El principal opositor al Gobierno de España ha empañado su imagen por una historia de espías aún sin dilucidar y una trama de corrupción que le ha salpicado; por su parte, el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero pasa por un mal momento debido a la crisis económica y al cada día mayor número de parados.
El miedo de las dos formaciones políticas a que estos temas influyan es patente, y las noticias sobre ellos y los comicios conviven diariamente en la actualidad. El temor siempre tiene su reacción, y por eso, el PP ha afirmado las investigaciones de la ‘Operación Gürtel’ se están utilizando para perseguir a su partido, y el PSOE apela ahora, al calor del ‘efecto Obama’, a la superación conjunta de esa palabra que antes era casi pecado pronunciar: crisis, crisis, crisis...
Así se interpreta desde Madrid, pero... ¿pensarán los vascos en otra clave que no sea la autonómica a la hora de votar? Eso no lo sabemos aún. Lo que sí parece seguro es que desde la capital de España –bien sea por las razones anteriormente expuestas o por el debate territorial- los resultados de los comicios se interpretarán desde una óptica centralista.
El PP sabrá tras los comicios si los electores han olvidado el mensaje que mantuvo en la anterior legislatura de “España se rompe” y con el que, a pesar de hechos como la marcha de la presidenta del partido en Euskadi, María San Gil, por una relajación en las posiciones más férreas contra el nacionalismo, no se ha roto de forma contundente. Por otro lado, el PSE se preguntará si le conviene o no la sombra de Madrid, pues para muchos representa una opción confusa, a caballo entre un autogobierno amplio, en la línea modelo catalán, y el juramento en falso de su vocación descentralizadora.
No sería un atrevimiento pensar que la subida de los socialistas en las encuestas radique precisamente en esa situación, pues a pesar de ser fuente de las principales críticas de los otros partidos, la teoría política asegura que las posiciones centrípetas sacan mayor rédito electoral, en referencia al centro ideológico. Si la doctrina sirve para la disyuntiva izquierda/derecha, ¿por qué no a la nacionalista/españolista?
Pero aunque todas estas interpretaciones formen parte del análisis político, quienes tienen la última palabra son los ciudadanos vascos, que decidirán libremente con su voto sus preferencias políticas. Hablarán las urnas con su sentencia inapelable y serán Ibarretxe, Patxi López, Basagoiti y demás candidatos los que triunfen o fracasen, al margen de las interpretaciones interesadas de Génova y Ferraz.
© Irene Somoza Álvarez
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